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ISSN 1989-4163

NUMERO 82 - ABRIL 2017

Nocturno

Paco Piquer

Está sentado. Se contempla vagamente en el espejo del tocador frente al que se encuentra y que le devuelve la imagen de un hombre cansado, derrotado. Entre sus dedos un extraño llavero de plata en forma de cabeza de águila, que acaricia, mientras su imaginación vuela tratando de hallar un porqué al hecho de que aquel objeto se encuentre de nuevo entre sus manos. Sabe que abajo, en el salón, le están esperando. Sabe que descendiendo las escaleras no habrá más que parabienes y enhorabuenas. El presidente de la nación acaba de anunciar su nombramiento como primer ministro. La culminación de una carrera política que inició en plena juventud, recién graduado, cuando, en plena transición, había abandonado placeres y aficiones propios de su edad por ideas y proyectos que le entusiasmaron, que le habían llevado en volandas hasta el cargo que hoy iba a asumir. Su modestia, su capacidad de trabajo, su honradez, le habían convertido en el líder al que todos soñaban parecerse.

Es la reseña exacta del hombre, del político perfecto. Pero él sabe que no es verdad. Sabe que no es toda la verdad. Abajo están esperando para felicitarle, para encumbrarle definitivamente. Algunos amigos sinceros y los inevitables trepas, los aduladores de siempre que repartirán codazos con tal de fotografiarse a su lado. Y alguien más. La persona que conoce su secreto. Que conoce la verdad. Estará allí. Será su triunfo. En unos segundos extrae de su memoria todos los recuerdos, los malditos recuerdos, que le han llevado a aquella situación. Intentando averiguar en que se equivocó. Tratando de justificar de algún modo sus debilidades y sus miserias. Ya hace años que dejó de intentar de convencerse de que no era homosexual. Más aún. Hacía ya muchos en que había aceptado sin restricción alguna su condición. Su descubrimiento formaba parte de cualquier tratado de sociología o sexología. Lo era y punto. Su atracción por los hombres era notoria y lo reconocía. Pero había decidido jugar fuerte en la política y sabía el handicap que significaban sus inclinaciones sexuales. Así que no “salió del armario” como decían ahora, sino que las mantuvo en el más estricto secreto, casándose incluso y teniendo hijos, con tal de mantenerse al margen de cualquier manipulación o escándalo.

Su esposa..., sus hijos. A su modo los ha adorado. Ha intentado ser un marido tierno y un padre afectuoso. Pero siempre tendrá en su conciencia la terrible mentira.....

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Lee y relee una y otra vez aquel texto que ha escrito, tratando de situarse en una idea que le ha brotado inesperadamente y que pretende sea la base para un nuevo libro.

No acaba de concentrarse. Quizás no sea adecuado mezclar política y sexo. Es posible que no conozca a fondo los entresijos y los problemas de los homosexuales, para que el mensaje de la historia llegue claro a ese lector que le conoce, le sigue y admira y que no le perdonaría un fracaso, un mal libro. Sabe que nunca poseerá la maestría de Gore Vidal o David Leawitt para contar de un modo espontáneo a la vez que ameno, divertido y no exento de dramatismo, historias que por su contenido pudiesen escandalizar si no fueran descritas con una naturalidad exquisita.

En realidad no debería complicarse demasiado en el desarrollo del tema. Podría describir una relación casual que ha llevado a descubrir al protagonista sus tendencias, el inicio de un amor entre dos hombres en el que existe una parte interesada que conoce la posición del otro e intentará aprovecharse. Un chantaje, tal vez una renuncia....

Decididamente no logra enhebrar la aguja del relato. Le faltan argumentos, convicción por la historia. Resulta demasiado evidente y demasiado ficticia al tiempo. Todo porque ha visto una vieja película que reponían en la televisión. Y sobre todo por el llavero que le regaló aquel amigo italiano y que lleva siempre consigo. En la película un llavero como el suyo adquiere un protagonismo especial al significar el inicio de un romance y también, ya al final, al propiciar el dramático desenlace. Con habilidad e imaginación podría utilizar algunos elementos de la trama para inventar otra totalmente distinta.

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Realizaba frecuentes viajes al extranjero. Ya hace años, cuando desempeñaba cargos intermedios, aunque de responsabilidad, en el ministerio. Misiones diplomáticas o comerciales que a menudo duraban varios días. En algunas ocasiones, burlando seguridad y protocolo, abandonaba el hotel donde se hospedaba la delegación y amparándose en el incógnito que concede una ciudad extraña, alternaba en locales de ambiente “gay” con otros hombres que buscaban exactamente lo mismo que él. En una de esas salidas le conoció. Mejor dicho. Le reconoció. Era, como él mismo, un alto funcionario de un ministerio distinto del suyo, pero que él visitaba con frecuencia. Creía recordar que era uno de los secretarios de algún director general. Sus miradas se cruzaron y se sintió azorado al comprender que el hecho de encontrarse en aquel lugar solo, le comprometía absolutamente frente a su lejano conocido. Sin embargo, no trató de disimular. Era inútil. Se saludaron y hablaron largamente. Efectivamente le conocía de sus visitas a su superior y casi siempre era el mismo quien con su secretaria concertaba las entrevistas que solicitaba. Tomaron unas copas y ya de madrugada regresaron a sus respectivos hoteles. Intentó dormir o al menos descansar unas horas, pero el amanecer le sorprendió en el único pensamiento de calibrar la nueva situación que, de pronto, se cernía sobre él. Había confesado a un, prácticamente, desconocido sus inclinaciones, sus traumas y sus anhelos. Un poco de alcohol, una persona agradable y unas horas de conversación habían resultado suficientes para despejar de pronto todos sus miedos y aprehensiones. Se verían de nuevo a su regreso y ambos confiaban en su mutua discreción.

Sus encuentros fueron, al principio, como los de dos viejos amigos que se ven con frecuencia. Coincidían dentro y fuera de sus trabajos. Eran dos personas sensibles y educadas y jamás levantaron sospecha alguna entre sus colaboradores. Se habían propuesto pasar desapercibidos y lo estaban logrando, sin grandes apuros. El amor, un amor apasionado y nuevo, al menos para él, no tardó en manifestarse. La necesidad de encuentros más íntimos se tornó más acuciante y las dificultades no tardaron en llegar. Resultaba complicado e inseguro reunirse en casa de su amigo, un apartamento bastante céntrico y donde habitaban, además, algunos funcionarios que les podían reconocer en cualquier momento. En su casa era, obviamente imposible. Su vida familiar proseguía apacible, ajenos los suyos, a aquella situación.

La idea de alquilar un pequeño chalet fuera de la ciudad fue tomando cuerpo poco a poco. Seguía viajando a menudo y no sería difícil justificar cortas ausencias a las que tenía acostumbrada a su familia.

En la soledad de su despacho introduce las llaves en un llavero de plata en forma de cabeza de águila que envuelve delicadamente en una cajita negra. Junto con las llaves una nota “Ahora ya eres mío “ . Espera nervioso la respuesta. Ansiosamente descuelga el teléfono y, al otro lado, la voz conocida y amada le confirma, le agradece, se sorprende y le cita en aquel lugar que van a compartir, como siempre en secreto, a partir de ahora.

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No sabe bien cómo, pero la historia está tomando cuerpo. Bien. Los protagonistas se han conocido, han intimado, y están a punto de dar un nuevo sentido a sus vidas. Es el amor entre dos seres atormentados por su secreto. Pero todo podría resultar demasiado fácil. Demasiado evidente. Hoy en día una relación entre homosexuales es practica casi habitual. ¿Quién no conoce alguna? Los derechos entre parejas del mismo sexo están siendo reconocidos por todas las legislaciones, siendo aumentados paulatinamente. Ya reconocidas como parejas “de hecho” ,el matrimonio es ya una realidad y se está ya hablando incluso de la posibilidad de la adopción....

La felicidad de los protagonistas debería pasar por la renuncia. ¿La renuncia a la familia? ¿Al cargo? ¿A ambos.? Debe introducir un nuevo elemento que confiera dramatismo a la narración: La ambición.

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De pronto un flash ciega sus ojos. Como un fantasma surgido de la nada, un hombre, que huye después, dispara el fogonazo traidor. Todo sucede en fracciones de segundo sin que sean capaces de reaccionar.

Están los dos en la cama desnudos. Acaban de hacer el amor. Sudorosos, jadeantes aún, le ha pedido un cigarrillo que el otro busca en la mesilla.

No comprende como alguien ha podido entrar en la casa. Pero el hecho es evidente. Han obtenido una fotografía. ¿Con qué intenciones ? La respuesta es obvia: chantaje.

En una fracción de segundo por su mente desfilan todas las posibilidades y analiza motivos, errores, posibles deslices.

No hace muchos días le ha comentado los rumores que circulan por el ministerio sobre su posible nombramiento. Está feliz. Es la culminación. Se siente culpable de estar traicionando a su familia con aquella relación, pero se auto justifica con que él no eligió su sexualidad. Han hablado muchas veces en la posibilidad de un divorcio. De algo civilizado y discreto que no les salpicara. Pero se rinden ante la evidencia de que cualquier atisbo de escándalo revertiría de modo absolutamente negativo en su carrera. La política se habría acabado.

Se despiden apresuradamente. Desea meditar. No puede imaginarse quien puede haber ordenado aquello. En su casa, la noche es un duermevela inquieto. Se levanta y va su despacho del piso superior, donde tantas veces ha meditado discursos y planeado estrategias. Un sudor helado recorre su espalda y la amargura de quien sabe que todo está perdido le atenaza el estómago.

Pero: ¿Quién? ¿¿Quién??

Al día siguiente sobre la mesa de su despacho tiene un sobre que su secretaria le ha dejado. Ha llegado esta mañana – le dice – y ha pasado los controles de seguridad.

Lo abre con ansiedad, con temor. La cajita, el llavero de plata en forma de cabeza de águila, la fotografía de dos hombres desnudos en una cama, un borrador de la presidencia del gobierno en el que se le propone para primer ministro y una nota escrita con aquella letra que tan bien conoce : “ Ahora sí que eres mío, hijo de puta “ .
Los pensamientos han desfilado por su mente a la velocidad del rayo. Sigue sentado en el tocador de su habitación, mirando, casi sin ver, aquel rostro desencajado que, desde el espejo, parece dedicarle una mueca burlona. La decisión está tomada. Escucha los pasos de su esposa que sube la escalera. Todos le esperan. Todo serán parabienes y enhorabuenas. Todos querrán salir en la foto y le pedirán que hable. Y junto a sus amigos, sus aduladores y su familia estará él, mirándolo fríamente y repitiéndole con la mirada “Ahora si que eres mío, hijo de puta” .

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No sabe si realmente se encuentra satisfecho con el relato que acaba de finalizar. Lo cierto es que ha improvisado bastante y no acostumbra a escribir sin un guión previo. ¿El final ...? ¿Poco concreto...? ¿Dejar las posibles salidas a la imaginación de los lectores..? Quizás así sea más fresco, más natural, aportando de ese modo un cierto toque de complicidad. Bien. Mañana lo revisará. Posiblemente lo revise muchas veces. Como todo lo que escribe. Hoy está muy cansado. Buenas noches, musita. Amanece....

Nocturno

 

 

 

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